NOCTÁMBULA

PERSONAJES

SUSANA




(Al teléfono, Susana, espera). 


SUSANA: Hola… 


¿Hola? 


Norma, ¿Qué tal? 


Bien, no se preocupe. ¿Dónde está?


Usted digo… ¿Dónde está? 


Sigue ahí. Bien.   


Bien, no, no pasa nada. Bueno… Sí, pasa. Nada para alarmarse, eso sí. Nada para alarmarse. Usted, digo, usted no tiene por qué alarmarse. Y yo tampoco. Yo tam-po-co. Lo que pasa es que…


¿Está sentada? 


Bueno. Siéntese por favor, pero no se alarme. 


Perfecto. Él, está perfecto. Se lo aseguro. Ahora duerme como un angelito. Hace más de quince minutos que duerme. Me quedé a su lado hasta que se durmió y lo miré, lo miré por quince minutos, mientras dormía, para comprobar que estaba dormido, ¿sabe? Y recién ahí, recién ahí me vine para la cocina a llamarla. Acá estoy ahora, en la cocina. Tengo el monitor al lado mío para chequear que sigue durmiendo. Y sigue… Ronca ¿sabe? Ronca. Con lo chiquito que es y ya ronca. Yo siempre pensé que el tema de roncar era a partir de… de cuando son grandes, cuando ya son grandes y roncan, pero no. Este, ya ronca. Es un ronquido distinto, igual. Un ronquido lindo, como tranquilizador, diría yo. Suave, como un canto. Como el canto de un pajarito dormido. Pero es un ronquido con todas las letras, como que hace… 


Ah, sí, claro. Perdón, entiendo. Usted tendrá que seguir con sus cosas. ¿Ya se sentó? 


Bueno, lo mejor sería que se siente. 


No es que quiera asustarla, no es para que se asuste, para nada. Pero yo le recomendaría que se siente para escuchar… mejor. Eso, para escuchar más tranquila. 


PERO BUSQUE UN LUGAR, MUJER. No debe ser tan difícil encontrar una silla o cualquier cosa en la que pueda apoyar el… para sentarse. Con el tema de los celulares es incluso más fácil, una puede caminar y hablar al mismo tiempo. Entonces, eso, camine un poco y encuentre un lugar para sentarse mientras. Yo la espero. Antes era más difícil, con los teléfonos de antes, los que tenían cables. Una por ahí se cansaba de estar parada y para sentarse había que dejar el tubo, buscar la silla, acercarla al teléfono, qué sé yo, de todo. Y la conversación se cortaba. Había que empezar a contar las cosas de nuevo, muchas veces, después de esos intervalos. Porque una se olvidaba por donde iba. A veces pasaban un par de minutos hasta retomar la charla. En cambio ahora… Yo siempre pensé que es por eso que ahora nos movemos como leones enjaulados cuando hablamos por teléfono. ¿Usted vio cómo camina la gente ahora cuando habla por celular? La liberación del cable, le digo yo. Como si fuesen cadenas. Como que ahora que podemos… 


¿Ya está? ¿Se sentó? 


¿No me estará mintiendo para que hable, no? Mire que si se cae no me voy a hacer responsable, porque yo le avisé de que se siente, hace rato. 


Bueno, no es necesario que me eleve la voz, yo solo la quiero cuidar a usted. A usted y al angelito. Usted sabe tanto como yo lo que lo quiero al angelito. Es que lo quiero tanto como a un hijo, a un hijo mío. Lo cuido desde que nació prácticamente. Casi dos años ya. Usted es una señora tan importante, con tanto trabajo y reuniones. Desde el principio que lo deja conmigo. Usted sabe perfectamente el amor que le tengo. Y no se me cae ningún anillo cuando digo que lo veo como a un hijo, un hijo mío. Pero antes que eso está el respeto y el aprecio que yo a usted le tengo, así que no se preocupe que nunca pensé que yo era su madre. La madre del chico es usted, aunque esté poco. Yo solo digo que lo cuido con el mismo aprecio y responsabilidad que cuidaría a un chico mío. Como yo no tengo, no tengo uno propio… Yo solamente le ayudo a usted. ¿Entiende? 


Es que no puedo ir directo al grano. Quiero que sepa cómo son las cosas y que me entienda al decir que yo al angelito lo quiero y mucho. 


No, no, no. Vaya si quiere, atienda, atienda. Yo no quiero molestar. La llamo más tarde. 


No, no me llame usted que este teléfono suena que da calambre y se va a despertar el nene. Dígame más o menos en cuánto tiempo prefiere que yo la llame y yo la llamo. Yo no me duermo, no me duermo nunca, tengo el horario cambiado. Me quedo acá, al lado del teléfono y el monitor, me preparo un té y la llamo cuando usted me diga. No me da sueño, no tengo sueño. El otro día mi marido me decía eso, que yo tengo el horario cambiado. Noctámbulo se dice, me dijo. Que yo era noctámbulo, noctámbula más bien. Entonces me fijé en el internet qué era eso y ahí me enteré y la verdad es que tiene razón mi marido… 


Perdón, tiene razón, me estoy yendo por las ramas. Y no es la primera que me lo dice. Soy de esas, agarro un tema, empiezo a hablar, digo una palabra y enseguida me sale otro tema y de ese, puede salir otro y así hasta no sé cuánto. Me voy por las ramas sí, soy un monito. Un monito tití, chiquitito así, que anda por las ramas, ¿le dije alguna vez que en casa, cuando yo era chica, teníamos un mono?    


¿Qué? 


Ay sí… Lo acabo de hacer de nuevo. 


Bueno, vaya a hacer lo que tenía que hacer y cuando usted me diga yo la vuelvo a llamar. 


¿Qué cosa ya está? 


¡¿Ya?! ¿Pero no era importante, mujer? 


Bueno, le cuento. Le cuento entonces. Se lo cuento despacito así no se me… no se me… cae. Aunque ya me prometió que está sentada. ¿Era verdad, no? 


Lo de que se sentó. 


Bien. Entonces hablo. Resulta que el nene, el angelito, habló. 


Eso. 


Sí, que habló. 


Sí, eso. 


¿Qué tanto espamento? Yo no hice ningún espamento. 


Sí, es que esa es la cuestión. Una le alienta siempre para que hable, le dice ma-ma, ma-ma y así, todo el tiempo. Una está como una tonta ahí delante del chico como… Como que siempre quiere que hable y este habló, hoy. Lo que pasa es que no dijo mamá como todo chico, dijo algo… Como que empezó a hablar de golpe y porrazo. Como que de repente habla el nene, habla como una, como usted, como yo. Así habla. Una máquina. No, no como una máquina, sino como un ser humano, de carne y hueso, así. Como es él, claro, él es un ser humano, pero como un él adulto. ¡ESO! Como un adulto habla. Eso, no me salía. Mire, yo lo estaba bañando, como siempre a las ocho de la noche, yo lo baño, bueno a eso ya lo sabe, porque cuando está usted también lo baño a esa hora, lo bañamos a esa hora. Entonces, mientras le estoy tirando el aguita en la cabecita, así, sacándole el champú, me dice: “Está fría”. Imagínese el susto que me pegué.  Lo primero que pensé era que estaba poseído, como en las películas, pero resulta que después del susto, después de respirar, de mirarlo ahí, tan chiquitito en la bañera, adentro de su… de su… bañerita chiquitita plástica. No me pareció muy DEMONIO que digamos. Entonces yo… Después de respirar le digo: “¿Qué?”. Como normalizando el asunto. “¿Qué cosa?” o algo así. “El agua, está fría”. Así de clarito como lo escucha usted ahora, lo escuché yo hace un rato. “¿Querés que te la caliente un poco?”. Y ahí no habló más. Me hizo así con la cabeza… me dijo que sí, con la cabeza. Perdón, es que a veces me olvido que estoy hablando por teléfono y hago señas al hablar. Entonces yo vuelvo, a… a la bañadera, digo vuelvo porque con el susto me había alejado como un metro. Me acerco, subo un poco el agua caliente, la pruebo con la mano, como siempre, pruebo que el agua esté bien, tibia y le vuelvo a poner la… el agua en la cabecita. Y ahí, ya bañándolo de nuevo, ya ahí, haciendo, retomando lo que hacía, le pregunto. Lo pongo a prueba. La verdad que me parecía hasta raro el asunto, hasta podía ser que fuese cosa mía, imaginación mía. Entonces, como le decía, lo pongo a prueba: “¿Está bien así?”, le digo. Incluso poniendo esa voz que una pone cuando habla con un bebé, “¿Está bien así, mi amor?”. Yo le digo, mi amor, aunque no sea mío. Y él… Él me mira, le juro por mi abuela muerta, que me mira. Y otra vez… Hace así… dice que sí con la cabeza. No le voy a mentir con que la cosa me parecía normal, la cosa estaba en la china de la normalidad. Digo, si la normalidad está acá conmigo, esto estaba en la china. Pero yo disimulé bastante bien, le quiero decir. Entonces lo terminé de bañar, lo terminé de bañar como si no hubiese pasado nada. Aunque era raro, lo admito. Era como que estaba bañando a un… como estar bañando a un… hombre. Lo terminé de bañar sin decir ni mu. Lo sequé. Lo cambié, como hago siempre. Pero sin cantar, todo en silencio. Incluso a veces mirando para otro lado. Lo terminé de cambiar… y ahí… ahí me agarró la cosa. Otra vez esa sensación, esa cosa. Como de tener miedo y ganas al mismo tiempo. Como cuando una está en el piso cuarenta de un edificio. Digo cuarenta para exagerar. Como cuando una está en el piso cuarenta de un edificio y sabe que le da miedo mirar para abajo, desde el balcón, pero igual mira. ¿Vio? Esa cosa, esa sensación. Bueno, me agarró esa cosa. “¿Vamos a dormir?”. “¿Querés ir a dormir?” Le dije. Para ver si me hablaba de nuevo. Pero él, se pone a pensar. Hace una carita HERMOSA, con los ojitos para arriba. Le juro que me enterneció, parecía un bebé otra vez, un bebé pensando, sí, pero un bebé que parece que piensa, no un bebé que piensa de verdad. Usted me entiende. UNA CARITA, si estaba para sacarle una foto. Es acá donde yo también pienso. Pienso que quizás estaba borracha, que me imaginé todo, que esto de estar despierta tantas horas, esto de ser NOCTÁMBULA no me estaba haciendo bien.    


¿Cómo? 


¿Borracha? 


¿Si yo estaba borracha? 


No señora, dije eso por decir, si yo no tomo ni en navidad. Una sola vez en mi vida tomé. Habré tenido catorce años y le tomé el vino a mi papá. Mire, ya de chiquita que era… que era de quedarme despierta hasta altas horas de la noche, porque me acuerdo que estaba yo despierta y nadie más. Todos en mi casa dormían y yo, dale que dale con dar vueltas por la casa. Me fui para la heladera, la abrí, tomé agua, jugo, comí algo, cosas que había en la heladera. Y vi una cajita de vino a medio terminar de mi papá, una cajita de vino abierta en la puerta de la heladera. Lo probé y no me gustó, pero le di otro trago y otro y otro y así, de un momento a otro, la terminé. Y había un poco más de medio litro. La chupa, la chupa que me agarré, señora. Si le digo que me acuerdo de algo le miento. Ahí se me nubló la memoria, ahí termina la anécdota, porque lo que sigue me lo contó mi papá al otro día, todo entre risas. Nunca se enojó, era un buen hombre mi papá. Que en paz descanse. Pero le juro que desde ese día, desde los catorce o trece, no puedo probar una gota de alcohol sin que me den náuseas, asqueada quedé. Así que no, borracha no. Si lo dije o lo pensé, fue para decir algo. Aunque a veces una puede llegar a tomar algo que tiene alcohol y no se da cuenta, como mi abuela. Que un día se bajó una botella de Campari pensando que era la bebida de hierbas que tomaba ella, quedó muy borracha pobre mujer, ya pasando los ochenta ni se acordaba cómo era estar así, borrachita. Le preguntamos qué tomó y dijo: “Esto”. Como que no era nada y se había bajado una botella de Campari rebajada con soda. Nunca la vi tan contenta a la viejita, se reía…  


¿Cómo dice? 


Sí, sigo, sigo. Borracha no estaba. Quizás un poco cansada… Con esto de no dormir. Una se cansa bastante, sí. Anda, como cansada siempre, pero igual, no se duerme. ¿Usted me habrá visto cómo ando? ¿Las ojeras que tengo? Mi marido me dice que me quedan lindas las ojeras, que me hacen ver sexi. Que parezco una actriz de hollywood. Yo no le hago mucho caso, porque ese ¿qué sabe de actrices de hollywood? Además que ojeras no tienen, las actrices, en las películas por lo menos, porque después, cuando una las ve en las fotos que no son producidas y… mamita querida. Ahí sí que andan con ojeras, con… con… unos kilos de más, el culo caído, DE TODO. Pero si a mi marido le gustan, digo… si mi marido piensa que soy una actriz de hollywood cuando no está filmando y si le gusto así, quién soy yo para negárselo. Hasta que le creo, se lo reconozco, a veces le creo. Porque me mira y me dice: “Sos linda”. Tiene esas cosas mi marido, es un poco bruto pero…  


¿Hola? 


Sí, sí le estoy contando todo. 


No pasa nada, la entiendo. ¿Quiere que siga más tarde? La llamo en un rato. 


¿No? 


Bueno, sigo entonces. Otro cosa que me dice mucho mi marido es que soy como un gato. Una gata más bien… 


¿Qué? 


¿No me dijo que siga? 


Duerme, sí. Está dormido hace rato y le aseguro que el monitor anda. Lo escucho respirar, con ese ronquidito que tiene, tan suave, tan...


Ah sí, claro. Ahora la entiendo. No, porque… 


¿Por dónde iba? 


Sí… Eso. Le dije: “¿Querés que te cuente un cuento?”. Y se puso a pensar, con esa carita que me lo comía. Estaba tan hermoso bañadito, con el pelito mojado y con esa carita de pensar. “¿O te canto una canción?”. Le dije. Y así, llevándolo para la camita, le empecé a cantar. Porque de alguna forma todo había vuelto a la normalidad. Le canté la que a él más le gusta. No es una canción infantil, no es el arroz con leche o alguna de esas. Es una canción que a él lo pone a bailar. Adentro, como que baila para adentro, se nota, le juro que se nota. Es una canción tan linda, tan… tan nuestra. 


(Susana, canta: Sabor a mí. Tanto como quiera). 


Tanto tiempo disfrutamos de este amor,

nuestras almas se acercaron, tanto así,

que yo guardo tu sabor, pero tú llevas también sabor a mí.

Si negaras mi presencia en tu vivir,

bastaría con abrazarte y conversar,

tanta vida yo te di, que por fuerza tienes ya

sabor a mí.

No pretendo ser tu dueña,

no soy nada, yo no tengo vanidad.

De mi vida doy lo bueno,

soy tan pobre. ¿Qué otra cosa puedo dar? 

Pasarán más de mil años,

muchos más. 

Y yo no sé si tenga  amor la eternidad.

Pero allá, tal como aquí, en la boca llevarás,

sabor a mí. 

 

(También baila un poco). 


Y ahí, en medio del canto y el baile, volvió a hablarme. “Mejor un cuento, Susana”. ¿Se da cuenta? Susana, me dijo. Nombre completo, sin errores. Susana, en la boca del angelito sonó más lindo que nunca, un nombre tan… tan… tan simple, tan conocido. Siempre hay una Susana en la familia, entre los conocidos de una, hay siempre una Susana. Pero en la voz del angelito, fue único. Un nombre único, original. Este fue realmente el momento en que comprendí que él estaba hablando. Le juro que hasta ese momento, todo me parecía como, en parte. una broma o, en parte, un invento. Pero en el instante en que pronunció mi nombre… 


¿Cómo? 


No, después le conté el cuento. Bueno, en realidad, le seguí un poco el juego. Le empecé a hacer preguntas. Le quiero contar algo, por más que hable, es un nene… un bebito bastante reservado, en eso salió a usted. Siempre la palabra justa, la palabra monosílaba, monosílabia, monosi-labia, MO NO SI LÁ BI CA. Por dios, que no me sale. Monosilábica, ahí está. Casi nada es lo que dice. Escueto, así. Por ejemplo, yo le decía: “¿Querés que te cuente el de la rata del campo y la rata de la ciudad?”. “No”. “¿Hansel y Gretel?”. “No”. “Los tres chanchitos, Ricitos de oro”. “No, no”.  “Bueno, ¿cuál querés?”. Le dije yo. “Uno nuevo”. ¡UNO NUEVO! ¿Se da cuenta de lo que significa? Caprichoso el nene. Siempre tuvo esa cosa, de ponerse a llorar y de no saber por qué, cosas que hacen los nenes, pero ahora que se comunica, que habla, ahora le saltó como una cosa así. ¿No sabe la carita que puso cuando dijo “uno nuevo”? Como así, de chinchudo. Me lo como. Así que más que enojarme, me enterneció, es TAN LINDO. Y eso que los nenes, la gente en general, no quieren la novedad. Le gusta, a la gente, le gusta lo repetido. Ir de vacaciones al mismo lugar, comer siempre lo mismo, escuchar ochenta veces la misma canción y, por supuesto, que le cuenten siempre el mismo cuento. Y no estoy hablando de política, aunque si me pongo a pensar, también es lo mismo. Mi marido, por ejemplo, siempre quiere, siempre lo mismo. Hasta en la intimidad, ¿no sé si me entiende, no sé si me explico? Y después están las vacaciones. Nosotros no discutimos nunca, mi marido y yo digo, nunca o casi nunca. Ahora, cuando el tema de conversación es dónde nos vamos de vacaciones, AGARRATE. Él siempre lo mismo, la misma ciudad, el mismo pueblo, año tras año. Y yo, que quiero cambiar. Así que ahí, nos peleamos. “¿Otra vez querés ir ahí, Oscar? No te aburre ver siempre la misma cosa”. “A mí me gusta la tranquilidad”. Me dice, como si la tranquilidad se pudiese conseguir en un solo lado. Y eso es lo que yo le digo. Entonces ahí, nos peleamos. Pero todo el mundo piensa igual, piensa en repetir año a año, día a día, la misma rutina. Bueno, todo el mundo no, porque yo y el angelito, porque a él y a mí, nos gusta lo nuevo. Ay, no le voy a mentir que en este momento, me sentí orgullosa de haberle inculcado algo a él. Porque no solo sabe mi nombre, sino que tiene mis mismos gustos. 


No, no habló. No dijo nada más. Esperó. Esperó a que yo le cuente ese cuento nuevo. Lo tenía que inventar. Y yo no tengo alma de escritora. Ni alma, ni nada. Un día pensé, cómo habrá hecho toda esa gente para inventar todos esos cuentos. Porque una siempre repite los cuentos que alguien les contó, pero no es que los cuentos estaban ahí, en el aire, volando. Alguien los inventó. En algún momento, hace miles de años atrás, hubo una Susana que INVENTÓ Caperucita Roja, por ejemplo. Digo Caperucita Roja porque es muy conocido, porque gustarme, no me gusta. Mire si una nena le va a hacer caso a un lobo. Yo, siendo nena, siendo Caperucita, veo un lobo y salgo disparando, ni lo escucho. Por eso no debo ser buena inventando cuentos, porque a los cuentos no les creo nada. Los pongo constantemente en duda. 


Bueno, le digo, le cuento. Empecé así: “Había una vez un príncipe”. Eso del príncipe es porque quería que él sea el protagonista del cuento. Entonces, dije príncipe y lo miré a él. “Había una vez un príncipe, tan chiquitito, pero tan chiquitito…” Siempre pensando que era él, ¿no? “Que podía caber dentro de una botellita de perfume. Y ahí vivía, dentro de una botellita de perfume”. ¿Lindo no? ¿No le parece que empieza bien el cuento? 


No, no. Lo estaba inventando yo. No existe ese cuento. 


¿Pulgarcito? ¿Pulgarcito era un príncipe? 


No, si era pobre. Tenía como siete hermanos y el papá era leñador. Yo cuentos me sé mil, no los sabré inventar, pero me sé mil. Además este es mucho más chiquitito que Pulgarcito. ¿Entiende que vive dentro de una botellita de perfume? 


Sí, eso. Con el nombre no fui muy creativa que digamos. “El príncipe se llamaba Chiquitini Hormiguiti”. Se me ocurrió eso, qué quiere que le diga. Chiquitini de nombre y Hormiguiti de apellido. Un desastre, ya lo sé. Pero eso es lo que me salió. Pero espere… espere que se pone bueno el cuento. 


¿No quiere saber el cuento? 


Lo que pasa es que es importante el cuento para saber lo que pasó. 


Claro, usted tendrá cosas que hacer. Se lo resumo rápido. 


Bueno. “Resulta que el príncipe Chiquitini Hormiguiti, termina peleándose con un dragón. Para rescatar a su amor. A la princesa… Susanita LaMosquita”. Yo le avisé que no era buena inventando cuentos. “Para ganarle al dragón, el príncipe Hormiguiti se le mete en la nariz al bicho. Y lo hace estornudar, haciéndole cosquillas”. Cosquillas adentro de la nariz, ¿se imagina qué molesto? “El dragón estornuda y estornuda y estornuda, hasta que se cae desmayado”. No sé si eso es posible, pero estornudar mucho, cansa. A mí me pasó una vez, hace mucho tiempo, estaba en una quinta, en la ruta, trabajando con mi marido que es jardinero y limpia las piletas. Eso ya lo sabe. Yo limpiaba la casa quinta, adentro, mientras él se ocupaba del afuera, del patio, de la pileta, de las plantas, qué sé yo. La casa era de la familia con la que trabajaba antes, tenían dos hijos. Bueno, resulta que en un momento, yo supongo que era algún árbol lo que me hacía mal, empecé a estornudar. No una vez, sino mil veces, no exagero, tampoco los conté, pero fueron tantos estornudos y tan seguidos, uno del otro, que me mareé y me descompuse. Me empezó a picar todo el cuerpo, la cara, el pelo, todo. No sabe lo mal que la pasé. No me desmayé, como el dragón, pero le juro que no podía ni moverme. De eso me acordé cuando estaba contando esta parte del cuento. Cuando dije que el príncipe Hormiguiti le hace cosquillas adentro de la nariz y el dragón se desmaya de tanto estornudo. “Entonces, con el dragón desmayado, el príncipe sale de adentro del dragón y rescata a la princesa LaMosquita”. Que el dragón la tenía encerrada en una bolsa de plástico. “Se dan un beso y se van del castillo”. Y termina el cuento. Bueno, no. “Tuvieron muchos hijos y vivieron felices para siempre”. Así termina. Tuvieron muchos hijos y vivieron felices para siempre, ¿se da cuenta cómo terminé el cuento? ¿No le parece increíble? 


No, no la parte del dragón señora, eso es mentira, es ficción. La parte final final. 


Lo que le repetí a lo último. 


Tuvieron muchos hijos y vivieron felices para siempre. 


Claro. Me quedé muda después de decir eso. Porque parece que para ser felices hay tener hijos. Yo no digo que no, no digo que esté mal lo que dije, en el cuento. Pero… Yo no tengo… hijos. Me quedé muda, yo. Que hablo hasta por los codos. Largo rato muda, pensé que el angelito se había quedado dormido con el cuento, porque no hablaba, no hacía nada. Hasta que lo miré y él estaba despierto, me estaba mirando, me miraba como lloraba. Eso no se le conté, se me cayeron un par de lágrimas mientras estaba muda. Me miraba y… cuando yo lo miré, cuando yo vi que me estaba mirando. Volvió a hablar. “No te preocupes Susana, vos me tenés a mí”. Y ahí lloré el doble que antes. No sé si él quería consolarme con eso, no sé cuál era su intención. Pero mi reacción fue llorar, llorar y abrazarlo fuerte, decirle gracias, que sí, que tenía razón, que lo quería mucho, que yo lo tenía a él y él me tenía a mí, para siempre, para vivir felices para siempre, que nada ni nadie nos iba a separar nunca jamás. Y él señora, siguió hablando, se le fue lo de ser escueto, lo de ser reservado, ahora hablaba y mucho, tanto como yo hablaba, y me decía lo mismo. Que quería estar conmigo, que para siempre, que quería VIVIR a mi lado, que me amaba y que quería que YO fuese su mamá. Se lo juro Norma, parece un cuento pero es verdad… Así que no la molesto más, vaya a hacer sus cosas, yo no la molesto más… Yo no le quería mentir, se lo juro, pero si no le mentía no me iba a dejar hablar como hablé, no me iba a dejar contarle todo lo que le conté y le juro que todo es verdad. Menos el principio… Ya no estoy en su casa señora, el angelito duerme, sí, está conmigo, lo escucho roncar por el monitor, pero no estoy en su casa señora y tampoco en la mía. Él está bien, se lo juro, nosotros nos entendemos, él me quiere mucho, muchísimo, me lo dijo y pidió por favor que nos vayamos juntos.  


No me grite que no la entiendo. 


No, no le puedo decir donde estoy, pero ya estoy lejos. Él, está bien, no se preocupe. Él, está y estará siempre bien, acá, conmigo. Felices para siempre. Usted podrá hacer sus cosas importantes, yo estaré siempre con él, es lo mejor que hago. Usted siempre me lo dijo. Él siempre me lo dijo. En su casa, no falta nada más que el monitor y un par de juguetes de esos que a él le gustan, son pocos. El resto está todo en su lugar, ordenado y limpio, como siempre. Hasta le entré la ropa que estaba colgada en el patio, porque decían que iba a llover. Yo soy buena señora, usted lo sabe.  


No señora, no. No nos va a encontrar nunca. 


No, no. No va a poder encontrarnos, ¿sabe por qué? 


¿Sabe… 


¿Sabe por qué? 


¿Sabe… 


por qué? 


Porque yo no duermo, nunca. Porque voy a velar por él, noche y día. PORQUE SOY NOCTÁMBULA. Porque no descanso, nunca. Nunca nos va a encontrar Norma, nunca. 


Y, ¿sabe que… 


¿SABE QUÉ? 


De todas las cosas… 


De todas las cosas que el angelito dijo… 


De todas las cosas que me dijo, de todas las palabras y frases que el angelito dijo… 


Nunca… 


Nunca, señora nunca… 


NUNCA LA NOMBRÓ A USTED. 


Nunca la nombró a usted. 


¿Loca? Sabía que iba a decirme eso… Lo sabía. 


Y sí… lo estaré… Estaré loca, hay que estar un poco loca para amar así, tanto como yo lo amo. Hace falta estar loca para dejar el trabajo, para dejar a mi marido, para borrarme del planeta, para desaparecer así… Hay que estar un poco loca. Pero orgullosa de estarlo. Porque lo amo y es mío. Y ni usted ni nadie nos va a separar. 


Yo tengo… 


Yo tengo....


¡CÁLLESE LA BOCA!... Yo tengo la conciencia tranquila. Yo le conté todo lo que pasó, con todos los detalles le conté lo que pasó. No espero que usted me entienda, usted no me entiende, ni a mí, ni al angelito. 


Llame a quién quiera, él está bien. 


Él… 


Él va a estar bien. Siempre. 


Él… 


Va a estar bien… 


Porque está conmigo. 


(Rompe el teléfono). 


(Susana, canta: Sabor a mí. Tanto como quiera).


(También baila un poco). 



FIN


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